Para Mezcales el Michoacano es de los mejores…
A hora y media al sur de Morelia se encuentra el paraíso para los amantes de la aventura y la buena bebida: Etúcuaro, la cuna del mezcal Michoacano, el mejor lugar del estado para degustar de las variantes artesanales de este destilado de agave y emprender una odisea ecoturistica sin igual.
La localidad de Etúcuaro yace entre los valles montañosos del municipio de Madero; su clima subtropical es idóneo para el crecimiento de diversas variedades de agave, como el Chino, Espadín, Alto y Azul, mismos que conforman la materia prima utilizado por los cerca de 240 productores de mezcal de la región: tan sólo aquí se produce, el 70 por ciento del mezcal del estado, y en su mayoría en pequeñas vinatas: talleres familiares que le imprimen su sello propio a sus bebida.
Etúcuaro cuenta con su Ruta del Mezcal, una iniciativa de la Unión de Mezcaleros de Michoacán a través de la cual el público puede conocer tanto los sembradíos de agave como el proceso artesanal, paso a paso, de la elaboración de la bebida, misma que en 2012 obtuvo la denominación de origen.
El inicio obligado para el recorrido es la Tirolesa Mezcalera, la más larga del estado con un kilómetro de extensión, que va desde lo más alto de la peña al inicio de la comunidad hasta el casco de la exHacienda de Etúcuaro. Tan sólo subir al lugar de lanzamiento es una aventura en sí mismo, y el lanzamiento ofrece una vista maravillosa del lugar y las diversas variedades de agave.
Don Max y su mezcal
El recorrido de la Ruta del Mezcal también incluye la visita a una de las vinatas de algún maestro mezcalero de Etúcuaro. La Razón tuvo la oportunidad de visitar la de don Max Ayala, quien lleva 35 años produciendo su marca “Don Maxx”, un ensamble de agave chino y espadín.
“Gracias a este taller mi familia tiene trabajo, tiene todo: mi hijo también es mezcalero y ahí traigo a mi nieto ayudándome”, contó.
Para hacer su mezcal, don Max y sus peones jiman los magueyes para extraer la piña del suelo; éstas después son cocidas durante cinco días bajo tierra con cerca de 500 kilos de leña. Tras ello se muelen y se ponen a fermentar en contenedores de mil 100 litros otros cinco días y el líquido resultante se pasa a alambiques de cobre, en los que se destilan dos veces.
“Yo hago mi mezcal lo mejor que puedo, siempre buscando que tenga buen gusto en el paladar y que amarre bien duro, y para que eso pase hay que saber hacerlo”, celebró don Max.